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martes, 23 de abril de 2024

Elisa... recuerdos de infancia.

Esos años de inocencia, que transcurrieron entre sentimientos de felicidad y miedo, timidez y valentía, vulnerabilidad y fortaleza, me producen un dejo de tristeza y melancolía.

Mi papá trabajaba en una compañía ferrocarrilera del norte de México, razón por la cual debíamos mudarnos continuamente a pequeños pueblos, donde se necesitaba la mano de obra de los trabajadores ferrocarrileros. Los lugares eran fríos y desérticos.

La mayoría de mis memorias son a partir de mis cinco años de vida. Pero algunas, de mis primeros años, se quedaron tan pegadas que las recuerdo a detalle. Como ese día, en el que fuimos mi mamá, mi hermana menor, mi tía y yo, a conocer la casa-vagón nueva que la empresa le dio a mi papá. Nos sentíamos muy ilusionadas. El esposo de mi tía también era ferrocarrilero y trabajaba en la misma cuadrilla que mi papá así que, por algunos años, ambos estuvieron muy cerca de nosotros. Me recuerdo observando la nueva casa, abriendo una ventana, que se deslizaba hacia arriba, y viendo la resina, que aún salía de la madera nueva. Gotas amarillas, transparentes y pegajosas, parecidas a las perlas de vitamina E, pero más pequeñas.

Viajar de un lugar a otro, en nuestra casa, era toda una aventura para mí. Mi papá acordonaba cada mueble a unas argollas atornilladas en las paredes. Mi mamá bajaba todos los platos, vasos y tazas del gabinete de la cocina y los acomodaba en cajas. Un día antes del viaje preparaba comida y hacía tortillas de harina, algo que me encantaba. Así, tendríamos que comer durante el traslado.  El viaje era motivo de alegría, y un día libre de preocupaciones. Era un día para disfrutarse.

Conectaban las casas a una locomotora que nos trasladaría a la nueva estación. Viajábamos frecuentemente en tren, pero era maravilloso cruzar los altos puentes y túneles en nuestra propia casa.

Y como olvidar los veranos en la casa de mi abuela, ella influyó mi vida más de lo que hubiera imaginado. Mi abuela era una mujer que trabajaba de sol a sol, siempre tenía algo que hacer. Era ordenada, disciplinada y muy determinada. Se levantaba temprano, encendía la estufa de leña y hacía las tortillas de maíz para el desayuno. El olor de la cocina, que impregnaba la casa hasta la pieza donde yo dormía, me hacía levantarme. Las mañanas eran muy soleadas. Ella preparaba avena con leche recién ordeñada y ponía a fermentar el resto de la leche en grandes ollas para hacer queso. El trabajo en el rancho, desprovisto de agua potable y luz eléctrica, era arduo.

La casa descansaba a las faldas de unas lomas, estaba pintada de blanco con puertas y ventanas azules, como en Santorini. Tenía un patio, que a mi me parecía enorme, cerrado con bardas a los lados de la casa y con una huerta de manzanos al frente. La casa tenía, a espaldas, un conjunto de lomas y tierras de cultivo alrededor que se extendían hasta la orilla del río.

Toda la semana transcurría sintiéndome envuelta en las actividades de mi abuela. La acompañaba y le ayudaba en lo que podía, a mi corta edad. Hacíamos un recorrido por el patio y los cuartos de almacenaje de pastura, granos y herramientas para mostrarme los lugares donde las gallinas habían hecho sus nidos. Por la mañana y por la tarde, tenía asignada la tarea de revisar los nidos y recoger los huevos, los ponía en una canasta de alambre y los llevaba a la cocina. Era mi actividad favorita.

Las mañanas eran dedicadas a la limpieza de la casa y la preparación de la comida. Veía a mi abuela lavar ropa a mano después del desayuno y, al siguiente día, planchar cada prenda que había lavado, incluyendo la ropa de cama. Utilizaba dos pesadas planchas de fierro que ponía a calentar en la estufa de leña. Planchar le tomaba toda una tarde, terminaba al oscurecer. También le gustaba tejer y bordar. Almidonaba las servilletas que tejía a crochet con hilo blanco y las usaba para adornar sus gabinetes de puertas de cristal o sobre alguna mesa de cama.

Por las tardes, le ayudaba a limpiar el frijol, que era almacenado después de la cosecha. Separábamos las piedritas y terrones del frijol y lo poníamos en costales, que después se vendían. Otros días desgranábamos mazorcas, el maíz también se ponía en costales, para venderse.

Algunas tardes eran aprovechadas para envasar frutas o verduras que se cosechaban en el rancho. Mi abuela usaba frascos de vidrio, que compraba especialmente para las conservas y que acomodaba en lo alto de un gabinete, como colección. Envasaba duraznos en mitades, peras, calabacita con zanahoria, ejotes, elotes, etc., y los veía, orgullosa de su trabajo. Yo me sentaba frente a ella y disfrutaba viendo como lo hacía.

No había juguetes para jugar, ni muñecas. Mis ratos de diversión consistían en hojear los libros de texto de mi tío, que cursaba la primaria. Esos libros de lectura que tenían en la portada una mujer con vestido blanco y una bandera de México en su mano. Mi tío me contaba sobre alguna lectura que a él le gustaba. La rata vieja fue uno de esos textos que memoricé y que se convirtieron en mis favoritas. Cuando mi tío entró a la escuela secundaria agropecuaria me autorizó recortar dibujos de sus libros. Cargué con los recortes de regreso a casa y los conservé por mucho tiempo.

Libro de primaria

También me gustaba ver las cosas que mi abuela guardaba en su ropero, especialmente sus cosméticos. Aún recuerdo el olor del polvo angel face, color canela, que ella usaba.

Algo que me producía una mezcla de curiosidad y miedo, era el revólver que mi abuelo guardaba en uno de los cajones del mismo ropero. Lo había comprado por los rumores de que se habían avistado lobos rondando los alrededores. Lo mantenía descargado y, por supuesto, yo tenía prohibido tocarlo. Pero mi curiosidad podía más que la advertencia y me gustaba abrir el cajón y verlo, a escondidas.

Cuando mis primas visitaban a mi abuela era diferente, pasabamos horas jugando: a las escondidas; la matatena; la liga; el avión, dibujado en el patio; la lotería, después de la cena hasta avanzada la noche; y, pocas veces, al tambo robado, porque una de mis primas siempre lloraba cuando le ganaban el bote relleno de piedritas y lo hacían sonar, como prueba de victoria.

Matatena

Lotería mexicana, juego de mesa

Los fines de semana eran especiales. Cada domingo, después de desayunar, nos alistábamos para ir a visitar a los bisabuelos. Ese día, la limpieza de la casa era más simple porque debíamos caminar cerca de dos kilómetros para llegar al rancho donde vivían sus papás, y teníamos que ganarle al sol, decía mi abuela. El sol se ponía muy intenso a media mañana.

La caminata se sentía larga y cansada, porque subíamos y bajábamos, bordeando las lomas, siguiendo la ribera del río. Al entrar al rancho Borjas, hacíamos algunas visitas para vender ropa de segunda mano. Aunque no era la parte más divertida del día, me gustaba ver la alegría reflejada en la cara  de mi abuela cada vez que vendía una prenda. Muchos años después, entendí que de eso dependía la compra de la despensa para la semana.

Al cruzar el pequeño rancho, pasábamos por un lado de la capilla blanca con puerta azul, eso significaba que estábamos muy cerca de llegar a nuestro destino. Entrar en la casa, siempre limpia y fresca, era la mejor recompensa por la larga caminata y las visitas a algunas familias no tan agradables para mí. Pero esa, es otra historia.

Mi bisabuela nos recibía siempre sonriente y platicadora. Mi bisabuelo mostraba también alegría, pero era un poco menos efusivo. Mi abuela se sentaba a tomar café y tenía largas conversaciones con ellos, especialmente con su papá. Yo recorría la casa, me gustaba pararme frente a la antigua vitrina con puertas de cristal, llena de pequeños objetos que mi bisabuela atesoraba. Eran regalos que sus hijas, que vivían en Estados Unidos, le traían cuando la visitaban, o de alguna de sus nietas o primas. Ella tenía una historia para cada una de sus preciadas pertenencias.

Ahí pasábamos el domingo completo. A veces visitábamos a las cuñadas de mi abuela, que nos recibían gustosas y siempre tenían algo de comida para ofrecernos. Me gustaba, en especial, visitar a mi tía Amada, una mujer generosa y de una sencillez encantadora. Ya avanzada la tarde, antes de oscurecer, mi abuela compraba algunos víveres en la pequeña tienda, que conectaba con la cocina y que era atendida por su papá. Compraba, no sé cuántas cosas. Lo que recuerdo, es mi alegría cuando pedía dos tripas de chorizo... y un cono que, en lugar de nieve, estaba relleno de jamoncillo, para mí.

Del regreso a casa recuerdo poco, mi abuela platicaba todo el camino acerca de los nuevos acontecimientos en el rancho y de su gran familia.

Desafortunadamente no tengo una sola fotografía con mi abuela, pero ella vivirá en mi memoria eternamente.


💖💙💚💛💜

Elisa D.



sábado, 13 de enero de 2024

Mi Querido Pecu

Esperaba con ansias el momento de entrar al hospital... me sentaba en una silla junto a la incubadora y tomaba su manita.  Se veía tan pequeño y tan vulnerable: luchando por vivir, a dos días de haber visto la luz por primera vez. «¡Tienes que ser fuerte, tienes que estar bien!», imploraba. «¡Mi Dios te va a ayudar!», continuaba, poniendo toda mi fe en esas palabras.  

Fue una experiencia desafiante para mí, desde que inició el trabajo de parto. Como hija mayor, yo era la más cercana a mi mamá y quién debía apoyarla: en ausencia de mi papá que estaba en otra ciudad, estudiando un curso de su trabajo. 

Me pasé todo un día cuidándola, esperando el momento.  Al anochecer la pasaron a quirófano... ¡aquellas horas parecían interminables para mí!. Caminaba nerviosa, de un lado a otro en el pasillo. Tras varias horas, una enfermera me avisó que había nacido un niño. Había sido difícil, pero ambos estaban bien, en recuperación. <<¡Gracias Dios!>>. 

Pasada la media noche, salieron del quirófano y pude verlos.  Entonces solté el cuerpo: sentí como si toda mi fuerza se hubiera esfumado. 

Mi papá había llegado, con unas copas de más, venía festejando la llegada de su hijo: su primer hijo varón. Yo me sentía molesta con él; pero mi tía Dora, quien acompañaba a mi papá, me calmó con dulzura y me pidió que me fuera a casa a descansar. 

Era un invierno muy frío, en diciembre. Aunque no estoy segura de cuánto influían mis emociones, porque se sentía más frío de lo normal. 

Pronto, mi papá dejó nuevamente la ciudad para continuar con su curso. Todo había salido bien. 

Pero sucedió algo inesperado: dos días después del alumbramiento, lo llevamos de emergencia al hospital. Es neumonía, dijeron los doctores. Lo bañaron para bajarle la temperatura, que estaba peligrosamente alta. Así empezó su vida, con una enorme lucha...

... y ahí me sentaba, junto a él, a acompañarlo mientras veía a las enfermeras atender a alguno de los bebés que lloraba o sufría, en incubadora también. Se acercaba un doctor, de vez en cuando, y con curiosidad me preguntaba que parentesco tenía yo, con él.  Con un movimiento rápido, volteaba mi mirada y contestaba. Y volvía mis ojos a él: cada minuto a su lado era valioso. 

No podía estar ahí las 24 horas, así que trataba de confiar en que lo cuidarían bien, en mi ausencia; aún así, no podía evitar preocuparme. Afortunadamente, mi mamá pudo ir a verlo y alimentarlo, a pesar de que ella también estaba recuperándose; de lo contrario, solo yo lo visitaba.

Salió del hospital tres días después. ¡Fui la hermana más feliz del mundo! Me prometí cuidarlo y darle todo el amor posible. Yo no tenía idea de lo que era ser madre en ese tiempo. Pero ahora sé, que con él aprendí un poco, porque mi amor por él era muy parecido al de una madre: incondicional y protector. 


Su primer verano


Las mañanas se me hacían eternas en la prepa, solo pensaba en el momento de regresar a casa y abrazarlo. Entraba corriendo directo a su cuna: él ya estaba de pie, tomado de los barrotes, esperándome feliz; vestido solo con un pañal, por el calor abrasador. Lo tomaba en mis brazos y pasaba las tardes enteras con él. 

Me inspiraba infinita ternura: fue mi Ponchito, Pichurrito, Pequito y, finalmente, Pecu.  Para los demás, él era Pedrito. Así descubrí mi manía de poner nombres cortitos, bueno, algunos no tan cortitos: nombres de cariño, les llamo yo.

Disfrutaba vestirlo, cuidarlo, darle su biberón con leche y, después, papillas.  Lo vi crecer... lo dejé entretenerse con mi más preciado tesoro: una colección de revistas y posters de mi grupo de cantantes favorito de adolescencia, que había cuidado celosamente, hasta ese momento. Terminó con ella, pero verlo feliz, explorando, era mi mayor premio. 
 
Me acompañó en mi misa de graduación de preparatoria, con solo seis meses de edad. Vestido de blanco, igual que yo, ¡se veía hermoso! Me sentía loca de amor por él.


Una infancia feliz


Más adelante, lo vi empujar su bicicleta roja por el patio, a sus dos años. 

Paseando su bicicleta

Capté momentos especiales, que quedaron plasmados en papel.  Completé un album con sus fotos y lo decoré con stickers que tenían globos de divertidos diálogos.

En el cambio de vías de tren


En el cambio de vías de tren


Cumpleaños #7


Con mamá

A eso, le siguió un tiempo de mucho esfuerzo: la universidad por las mañanas y mi trabajo por la tarde.  Ya no había mucho tiempo para estar con él, salvo los fines de semana. Sin embargo, creo que tuvo una infancia feliz; con tres hermanas más que lo cuidaban y consentían, cada una a su manera.  Él debe tener recuerdos especiales.

Un día, a sus siete años, lo vi llorar. Yo planeaba mi boda y hablaba de algunos preparativos, cuando lo noté.

—¿Porque lloras? —pregunté extrañada.

—Es que... tú te vas a casar, y te vas a ir de la casa. —dijo entre sollozos. Lo abracé, sintiéndome culpable por no haber pensado en lo que significaría para él, mudarme. Le expliqué que yo estaría muy cerca, que nos veríamos con frecuencia. Y confió en mí.

Vivir cerca de casa me facilitó verlo, casi a diario.  En verano, lo llevé a clases de natación y, en alguna ocasión, a desayunar esos tacos de carne adobada que tanto me gustaban, frente a la prepa. También fuimos al circo. Yo quería verlo feliz.

Los años siguientes, estuve muy ocupada cuidando de mis hijos. Pero él seguía siendo muy importante para mí.  

Graduación de primaria


Desfile del día de la Revolución


Alcanzando metas


Lo vi participar en el grupo de porristas de su escuela, viajar con sus compañeros, graduarse de la universidad, conseguir su primer trabajo.

Graduación de Ingeniería Industrial ITLM


Su personalidad


Pecu es noble, muy observador y empático. Tiene un carácter tranquilo pero, al mismo tiempo, es determinado. Es sociable y fácil de querer. Muy leal a sus amigos y cercanos... y siempre se enfoca en el lado positivo de cada persona que encuentra. Su sencillez, además, es apreciada por sus camaradas.

Amigos

Celebrando cumpleaños adelantado 2023


Explorando juntos


Llegó un momento en que deseé acercarlo más a mis hijos y a mí, quería integrarlo un poco más a mi familia. Él era el ídolo de mi hijo. Viajamos juntos a algunos lugares. Tucson, Flagstaff, San Diego, Los Angeles y Las Vegas nos regalaron momentos memorables. 

Yo quería que él viera lo mismo que veían mis ojos. ¡Que soñara, como yo soñaba!

Pima Air Museum, Tucson, Arizona


Pima Air Museum, Tucson, Arizona


Flagstaff, Arizona


Grand Canyon, Arizona


Flagstaff, Arizona


Cráter en Flagstaff, Arizona


Rodeo Drive, Beverly Hills


Universal Studios, Hollywood


San Diego, California


Las Vegas, Nevada


Juventud y aventura


Disfrutó su juventud con sus amigos y su moto deportiva. En alguna ocasión, quise experimentar la adrenalina con él: aumentar la velocidad de cero a 200 km/hr, en cuestión de segundos, ¡es para atrevidos!

Una experiencia inolvidable para él, fue viajar en su motocicleta, con un grupo de amigos, al Festival de la moto en Mazatlán en semana de pascua. Ahí, miles de motociclistas se reúnen cada año y tienen diferentes actividades, entre ellas un creativo desfile de motos. Lo escuché con entusiasmo relatar su aventura.

Mazatlán, Sinaloa


Tiempo de cambios


Algunas dificultades nos llevaron a vivir juntos, durante un año. Ya era un hombre.  

Navidad 2015

Durante ese año pasaron cosas importantes: se convirtíó en papá de dos adorables gemelos. Compró su primera casa y formó su familia.  

Damián y Dariel

Sus hijos son su prioridad, los ama y atiende con esmero. ¡Es un gran papá! Y se esfuerza con ahínco por mejorar su vida y la de los suyos. 

Con su adorable familia


Bautizo de Damián y Dariel


Tres generaciones

Paralelamente, algunos cambios sucedían en mi vida: me mudé al norte de México, a Tijuana, en la frontera con USA.

Un año más tarde, en un viaje especial que hizo a Tijuana, decidió que él también se mudaría. Me sentí feliz y acompañada, nuevamente. Compartimos algunas fechas especiales juntos, esta vez, preparando su nuevo hogar para recibir a su esposa y a los gemelos. 

En ese tiempo tuve su invaluable apoyo con los preparativos para mí mudanza a Suecia. 

Nuestros caminos se separaron una vez más.  La vida nos ha llevado a tomar decisiones muy distintas debido a la brecha de edad; cada uno vive su propia etapa y tiene su propio trabajo por hacer. 

Algunas veces no coincidimos en nuestra forma de ver el mundo, pero él tiene un lugar especial e importante en mi corazón, desde que llegó a mi vida... y lo tendrá siempre.

Y coincidir... 2023


La vida es maravillosa y Dios nos volvió a unir para celebrar un cumpleaños más...

Cumpleaños Diciembre 2023


Con sus amigos


Amigos y familia


¿Estaremos cerca otra vez, algún día?  Dios y el tiempo lo dirán... mientras tanto, estaré siguiendo sus logros a través de una llamada, un mensaje y, quizás, una fotografía.

Celebrando la vida


!Gracias por ser tú, mi querido Pecu!





sábado, 28 de octubre de 2023

La fuerza de un apellido

Dos necesidades tiene el ser humano, que continuamente busca satisfacer.  Son opuestas entre sí, pero igual de importantes,  Me refiero a la necesidad de pertenencia y la necesidad de diferenciarse o distinguirse de los demás.  En este sentido, el apellido juega un papel muy importante, ya que cumple con ambas funciones, es decir, nos da identidad.  Pero, es un apellido en realidad determinante en nuestra vida o es solo una etiqueta que nos ha limitado? 


Constantemente buscamos formas de sentir que pertenecemos a algún grupo o a alguna causa, pero al mismo tiempo, de distinguirnos de los demás.  Lo hacemos por medio del lenguaje, la cultura, la profesión, un interés, un hobbie, un estilo de vida, etc.  Se busca satisfacer la necesidad de pertenencia, por ejemplo: al unirse a una religión, un grupo que usa determinado slang o dialecto, un gremio, un partido político, un club deportivo, etc., lo que simultáneamente nos separa de los demás grupos y se genera el sentimiento de nosotros-ellos.


Apellidos

Otra forma en que se satisfacen dichas necesidades, es por medio del uso del apellido.  Tener un apellido nos une a una familia y al mismo tiempo nos distingue de otras personas y de otras familias.



Ciertamente, cada persona tiene su propia relación con su apellido.  La manera de relacionarse con el propio apellido depende del tipo de relación que se tenga o haya tenido con padres, abuelos y en general con sus consanguíneos; o familiares adoptivos, en su caso.  Sentimientos  de honor, respeto y orgullo, pero también de vergüenza; de agradecimiento o resentimiento; de superioridad o inferioridad; etc., pueden incluso, transmitirse a futuras generaciones.  Quizás se lleve a cuestas el dolor por no haber recibido un apellido del padre o por desconocer el apellido, por motivos de abandono.  

Cómo influye un apellido y cuán importante es, se define en cada persona en base a su formación, creencias y experiencias.  Hemos crecido pensando que el apellido es una marca que no podemos borrar o a la que no podemos renunciar, sobre todo en aquellos países donde llega a ser muy complicado, engorroso y tardado hacer un cambio de apellido; como en algunos países hispanos.  En México, por ejemplo, solo está permitido cambiar de apellido en ciertas circunstancias como la adopción, errores ortográficos y cambio de nacionalidad o sexo. (Cortés, 2023)

Por el contrario, en otros países como Suecia, el apellido se elige; es decir, un recién nacido puede tener el apellido del padre, de la madre o cualquier otro que los progenitores elijan.  Además, se puede hacer fácilmente un cambio de apellido al cumplir los 18 años, pudiendo elegir un apellido que lleven al menos 2,000 personas; esto significa que hay más de 500 apellidos que pueden ser elegidos.  Por lo que no sería extraño encontrar una familia de 5 hermanos, todos con apellidos diferentes.  Esto se logró a partir de que entró en vigor una ley de nombres el 1 de julio del 2017. (Åström, 2022).


Origen de los apellidos


Haciendo un poco de historia, los apellidos empezaron a usarse en la Edad Media por las clases altas para distinguirse de otras familias.  Los primeros apellidos se originaron en nombres propios, oficios, características físicas familiares y nombres de lugares de origen, y se han ido heredando de generación en generación.


Apellidos originados de nombres propios

Así, se crearon apellidos derivados de nombres propios, a los que se les agregó un sufijo que significa hijo de.  El sufijo cambia de acuerdo al país de procedencia, debido al idioma. 


Es así, que podemos ver como en España y países hispanos se agregó el sufijo -ez.   Generando apellidos como:

Gonzalez - hijo de Gonzalo

Fernandez - hijo de Fernando 

López - hijo de Lope

Rodríguez - hijo de Rodrigo

Sanchez - hijo de Sancho 

Martínez - hijo de Martín   

Y en algunos casos, el apellido no se transformó, simplemente quedó como el nombre que lo originó, como es el caso de Alonso, Jaime, Bernal, García, Vicente, Martín, etc.


En países de habla germánica como Suecia, se agregó el prefijo -son que también significa hijo de, formando los apellidos:

Eriksson - hijo de Erik 

Andersson - hijo de Anders

Svensson - hijo de Sven

Johansson - hijo de Johan

Karlsson - hijo de Karl

En otros países como Rusia, se usa el genitivo ovich/evich para los hijos y ova/eva para las hijas.  En algunos más, usan un prefijo; así los judíos usan Bin, los árabes Ben y los escoceses e irlandeses Mac/Mc.

Petrovna - hija de Pedro

Ivánovich - hijo de Iván

McDonald - hijo de Donald


Apellidos con origen en los oficios

Debido a que los oficios se heredaban en las familias, también fueron origen para los apellidos. Así podemos ver apellidos como:

Herrera - herrero 
Pastor - pastor 
Moliner - molinero 
Fischer - pescador 
Schneider - sastre 
Schumaker - zapatero 
Taylor - sastre, tejedor

 

Oficio: sastrería

Apellidos originados en características físicas


Otro origen de los apellidos fue en base a alguna característica física de la mayor parte de los miembros de una familia, como el color del pelo, por ejemplo.  Así se originaron:

Rubio 
Cortés

Bravo

Delgado

Cabezón 

Moreno 
Bermejo - pelirrojo 
Klein - baja estatura

Expósito - expuesto (niño abandonado) 


Apellidos con origen en nombres de lugares

Otros apellidos se asociaron al lugar de origen de la familia, como nombres de aldeas, pueblos, ciudades, provincias, regiones, países.

Castro - castillo, campamento fortificado

Acosta - de la cuesta (zona montañosa) 

Avila

Valencia

Sevilla

Toledo

España

Portugal



Apellidos más comunes del mundo

En la siguiente imagen podemos ver el apellido más común de cada país en el mundo. Por mencionar algunos, en México es Hernández; en Estados Unidos, Inglaterra y Australia es Smith; en Suecia es Andersson; en Egipto es Mohamed; en Rusia es Ivanov; en Argentina, Chile y Venezuela es González; etc.

Nombres más comunes en el mundo


Identidad o etiqueta 


Concluyendo, los apellidos tienen un significado que nosotros les asignamos. Hoy en día, los relacionamos más con actitudes, aptitudes o logros de una familia, independientemente de que el apellido sea Rubio, Portugal, Taylor o Eriksson. 

Pero, que un apellido nos define como individuos, no es necesariamente cierto.  Si bien, forma parte de nuestra identidad; son nuestra personalidad, valores y acciones, los factores que determinan nuestra identidad. 

Que un apellido sea importante, al grado de influir en el rumbo de nuestra vida, es algo que cada uno de nosotros podemos decidir.  En otras palabras, que el apellido nos "marca" es solo una creencia que se puede reemplazar por otra, si ésta nos genera un sentimiento negativo.  Como lo podemos ver claramente en Suecia.

En cambio, que nuestro apellido nos genere un sentimiento positivo, de unión o de orgullo, es muy válido.  Nuestras necesidades de pertenencia y de distinguirnos se cubren al mismo tiempo que nos sentimos bien con nosotros mismos.

Si Castruita significa para mi aceptación, lealtad, solidaridad y empatía; con orgullo puedo decir:  


Hola, mucho gusto. Mi nombre es Alicia Castruita...

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